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lunes, 4 de mayo de 2009

Utópico

Cuentan las voces que arrastra el viento, que hace mucho tiempo atrás, en un lejano y solitario rincón semi desconocido de este mundo, extraños acontecimientos fueron cambiando lentamente la quietud reinante, terribles sucesos que terminaron por cambiar el curso normal de la vida. Todo se creía perdido y las esperanzas se extinguían sin remedio, ya no quedaba nada por hacer, simplemente esperar resignado a que todo acabase de pronto. Los Días ya casi no existían, era casi imposible diferenciar con seguridad si era día o noche, si había sol o luna, si era época de verano, o si eran lluvias propias de invierno. Así pasaba amarga y lentamente el tiempo; así se iba, triste y dolorosamente la vida.
Pero un joven muchacho, impaciente, descuidado, por momentos rebelde y despreocupado, sin mayores cosas por arriesgar más que la vida propia y sus escasas convicciones, obedeciendo a su impaciencia y a su falta de apego a algún lugar en específico, no dudó un segundo cuando a su mente vino de pronto, una fría noche -o día- la gran necesidad de hacer algo e intentar cambiar su mundo y el de todos.
Surgió aquel día -o noche- en su interior, una fuerza, una necesidad, una responsabilidad... en fin, una pasión incontrolable cuyo fin era hacer algo sin precedente, algo que pudiera cambiar nuevamente, pero para bien de los suyos, el curso de la vida. Una hazaña memorable tal ves, o un acto simple y sin mayores dificultades quizás, no importaba para el lo que fuera, estaba dispuesto a llegar hasta el fin.
Dispuesto entonces como nunca antes, y sin mayores preparaciones que las de costumbre, emprendió viaje sin siquiera tener remoto conocimiento de su destino, solo hacía lo que creía que debía de hacer, y seguía el camino que en su interior sentía que era el correcto.
Luego de duras semanas, con días y noches frías, sin alimento, con agua cada ves más escasa y la mente débil por momentos, llegó a los pies de una escarpada montaña, imponente y de aspecto tenebroso. Supo entonces que debía llegar hasta su cima, y aceptó este nuevo reto un poco malhumorado, pero aún con convicción.
Difícil fue la escalada, el viento azotaba su maltrecho cuerpo y jugaba con su débil mente, Sin alimento ni agua, llevó sus fuerzas hasta el extremo, y supo con tristeza que aquel viaje sería el último, y que al fin de éste, perdería su vida.
Aún con todo esto, siguió su camino sacando fuerzas de donde ya no había, y recordando con melancolía momentos que había guardado en su corazón.
Después de mucho tiempo, y al borde de la demencia, su débil cuerpo llegó al añorado destino. El aire no era suficiente para sus agotados pulmones, la deshidratación partía sus resecos labios haciéndolos sangrar, y podía apenas mantenerse en pie. Entonces de pronto las nubes se abrieron, el viento sopló como nunca, y el sol descargó su poder directamente sobre él, dejando ciegos sus débiles ojos. Cayó de rodillas, y con un horrible grito seco, de dolor y miedo, de desahogo y satisfacción, expiró.
Nada cambió en el mundo, los días seguían mezclandose con las noches, las nubes cubrían el cielo y el viento corría impetuoso por doquier. Muy pocos extrañaron al joven muchacho, y otros menos lo recordaron algún día, pero él no lo sabe, ni lo sabrá jamás. Murió satisfecho y con fe en sí mismo y en que el mundo podía cambiar, murió queriendo darle una vida mejor a los demás, murió por un buen motivo.

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